Nota del editor: Bowles, de 16 años, vive con su familia y sirve con la Junta de Misiones Internacionales en la región amazónica de Sudamérica. Este artículo fue distribuido por la Junta de Misiones Internacionales y se incluye en la edición de este mes, donde se destacan los ministerios y las perspectivas de la próxima generación.
El alcoholismo tiene sus garras firmemente aferradas a las almas del pequeño pueblo en el que crecí aquí en la región amazónica de América del Sur.
Hay muy pocas personas cuyas vidas no se ven afectadas por la oscuridad y la destrucción que ésta conlleva.
Mario también estaba sumido en la adicción. Pasaba días bebiendo, dejando a su esposa y sus seis hijos solos. Sin el apoyo de su esposo y padre de familia, luchaban por sobrevivir. Eran una familia perdida, y Satanás se esforzaba por mantenerla así.
En medio de esta oscuridad, brilló una luz: la madre de Mario, Miriam. Era una mujer apasionada por el Señor. Durante años, se esforzó mucho por ayudar a su hijo a conocer a Jesús, pero nada lo alejó de su adicción. A principios de 2018, mi padre y un pastor viajaban río arriba en bote cuando azotó una fuerte tormenta. No imaginaban cómo esta parada inesperada en el bote cambiaría muchas vidas.
Se detuvieron en la granja de Miriam, quien amablemente los invitó a su casa. En cuanto supo que ambos eran pastores, les contó que quería una iglesia en su propiedad para su familia. Su entusiasmo y fervor por el Señor eran contagiosos. Después de ocho meses, se construyó una iglesia. Mi familia y yo llevábamos nuestra lancha a su casa todos los domingos para estudiar la Biblia.
Nayli, la esposa de Mario, y los niños iban a la iglesia todos los domingos, pero Mario no. Nayli llegaba con moretones y los ojos morados porque Mario se emborrachaba y la golpeaba. Los niños se hicieron buenos amigos de mis hermanos y de mí. Aunque no podíamos comprender la situación en la que se encontraban, lo mejor que podíamos hacer era quererlos.
Dios usó esta historia para mostrarme que puede usar a cualquiera para glorificar su reino, sin importar los pecados cometidos. Es fácil convencernos de que nos hemos desviado demasiado y que Dios ya no puede usarnos.
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Ya fuera por obligación o por convicción, después de un par de meses, Mario empezó a ir a la iglesia. Poco a poco, su corazón se ablandó. Empezó a querer ir, con más ansia y sed de la Palabra. Vimos a Dios obrando en su alma. Sus ojos, que antes brillaban con oscuridad y desesperación, ahora brillaban con esperanza. Después de un año, Mario aceptó a Cristo. Un hombre que vivía en pecado y alcoholismo ya no prueba ni una lata de cerveza. Mario es la prueba viviente de que Dios puede ayudar a las personas a dar un giro de 180 grados.
Mario no es la única persona que se vio afectada positivamente por su salvación. Su esposa e hijos ya no vivían con el temor de que les hiciera daño. Empezó a trabajar y a proveer para su familia. A los cuatro años de su salvación, su esposa y sus tres hijos mayores también fueron guiados al Señor. Incluso bautizó a sus dos hijas, que son amigas mías. Mario rompió la cadena del alcoholismo en su familia, dándoles a sus hijos la oportunidad de vivir para el Señor.
Dios usó esta historia para mostrarme que puede usar a cualquiera para glorificar su reino, sin importar los pecados cometidos. Es fácil convencernos de que nos hemos desviado demasiado y de que Dios ya no puede usarnos. Mario y su testimonio nos muestran que, sin importar cuán grandes sean nuestros pecados, sin importar la vida que lleváramos antes de encontrar a Jesús, Dios todavía tiene planes para nosotros. 1 Juan 1:9 dice: «Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad».
Cuando nos arrepentimos, ningún pecado es demasiado grande para que Dios no pueda limpiarnos. Ningún error es demasiado grave para que no quede sin perdón.